Alguien se habrá preguntado más de una vez que queda “Después
de la Música”. Después de las notas existenciales, esas que pueden formar una partitura en un
concierto de plena armonía o esas notas que en el pentagrama suenan
desajustadas, que acribillan el más mínimo resquicio de los sentidos. Algo así
sucede con el trasfondo de la poesía de Jesús Cárdenas. Con toda clase de
sugerencias, líricamente hiladas y trazadas para traspasar la constante
pesadilla que la vida representa. En este libro se traza una senda que podría
muy bien constituir un auténtico “beatus ille” curativo; porque al poeta no le
queda más alternativa que remediar la herida, ajustarla a su paso pero hacerla
menos intensa, menos honda. Para vivir hay que sobrevivir primero y estas
páginas son un auténtico ejercicio desencadenado desde el desamparo, desde la
ceniza. Toca renacer en ese páramo de oscuridades, tomar medidas de consuelo, afrontar
una dialéctica para la esperanza, lo que llegará a nuestras vidas nunca depende
de nosotros mismos; es una idea que fragmenta al poeta, que lo llena de
interrogantes. Esta poesía de clara intuición, de intimismo se despoja de la
anécdota, se aboca al engranaje que destila y mueve el mecanismo de la
supervivencia. El poeta se enfrenta a estereotipos que pasan por la definición
de lo que es el amor , la infelicidad, la aventura, la rutina. Esos conceptos
asumidos a los que recurrimos con demasiada frecuencia, a los que pretendemos
dar el color de algún misterio para salir a flote, para pulverizar el
descalabro de una realidad de precipicio.
Es una revisión del interior, ese espejo de uno mismo que al
asomarse para hallar un reflejo atormentado porque en él están los elementos
elegíacos y trágicos que el poeta sabe vislumbrar como nadie, que lo hacen
diferente:
“Cómo
seguir viviendo en estado catatónico,
el mundo
descubierto, vivido como en un juegoque dominas sus trucos, sus mentiras conoces.”
“Cuando todo es irreparable
y ya nada importa
hay que pensar en seguir el camino”.
Ese “ir cargado de piedras” como reafirma el poeta, es un
zumo irrenunciable en la poesía de Jesús
Cárdenas, lo bebe con la costumbre clásica de un Sísifo que sube y baja el
corazón como una roca.
Su poesía es una ánfora a rebosar de partículas, de
vestigios, como si la memoria fuera líquida y se derramase seduciéndolo desde
sus refugios, como si los versos quisieran plantear lo imposible, la veta
inalcanzable de lo pasado o, por el contrario, lo predecible, lo que vendrá con
la lógica más conformista de las leyes naturales conocidas:
“Llegas con la herida profunda
con ganas de morder la guinda,
de acariciar la misma luna,
de sentirte cerca de la piel extranjera”.
Versos acólitos de una religión sincrética, de una fusión
inevitable condensada en ese lenguaje vestido para desnudar la esencia, esa
disertación necesaria de la apoyatura existencial, esa erudición de la soledad.
Nos podríamos preguntar: ¿se escucha la soledad cuando hay un ruido de
desesperación bramando al fondo o cuando todo es un silencio que penetra como
una esquirla en la carne? A ellos se
asoma , de forma obsesiva, el recuerdo, la memoria que no sólo evoca, sino que
también provoca:
“… esas instantáneas
de las que no se desprende el porqué,
el porqué de su fragilidad,
el recuerdo dorado del futuro”.
En poemas como “Ella” o “Rutina de Amor” el libro se adensa
en tintes narrativos del entorno, es la respuesta a un auténtico esquema
dramático, exencialidad de lo que acontece, de ternura desnuda, de dimensión
honda, son un umbral de ebriedades en la sombra, una transición de lo inhumano
hasta la fe. Una observancia del cero en su expresión más absoluta y el poeta
es, ante todo, un contemplador, esa es su tarea:
“Y sé
bien que estoy girando sobre
mi
propia condena.Conviene reparar en ella, por tanto”.
“…convirtiendo las sombrasen azules
entregas de nostalgia,
como era el cielo que miraba
cuando nada tenía condición de pérdida”.
La comunión con las heridas lo dejo “Enclavado”, como el
título de uno de los poemas, ese clavo que se adentra más y más como él mismo
afirma. Esa alimentación de seudo esperanzas, esa luz inconsciente, de
imposible orden. Y también sentencia:
“… y
cuando uno se cree que no podía perder más,se está adelantando a otra ruina mayor”.
Hay que atreverse a interiorizar las biografías del
infortunio, las errantes aves rapaces del tiempo. Hay que tener valor para
adentrarse en el mar de uno mismo y eso lo hace valientemente, de forma
intrépida, este poeta de músicas desvividas, de sonidos de piel que atraviesan
tormentas, para hacerse la pregunta, la misma y sonora duda: ¿seguirá mi alma
componiendo conciertos aunque no suenen a gloria? ¿alguien escuchará la metáfora
de un salto al vacío? Yo les voy a dejar
con esta música, conjunción de esta materia fugaz que nos alienta en el soplo
que somos los seres y las cosas.
Esta partitura la han dictado el YO y el NOSOTROS. Justo es
pues que seamos los cómplices corales de esta sinfonía en la que, Jesús
Cárdenas, es el innegable, el irrenunciable director. Y el atril es suyo.
PILAR SANABRIA CAÑETE
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